Capítulo I “Melodía en el aire”
“Mírame bien”
J.A.L.R
Existió hace tiempo en una villa muy solitaria cuando corrían esos lóbregos años en los que las pocas luces vigías que existían eran las titilantes estrellas, las velas cándidamente encendidas y aquel inmenso medallón de plata suspendido en la tenebrosidad de la noche que muchos de nosotros llamamos Luna.
El pintoresco panorama de la villa podría recordarnos a esas viejas pinturas en las que todas las casitas parecen salidas de un cuanto mágico. La periferia del lugar se encuentra delimitada por miles de árboles enormes con cientos de hojas que visto desde cualquier punto muestran una sensación de tersura y misticismo. Los techos de las viviendas daban contrastantes efectos de profundidad y sombras, mientras que las calles entre subidas, bajadas y vueltas daban la impresión de ser un laberinto formado de opacidades y gráciles luces emergentes de las casas.
En el ambiente de madrugada se respiraba una calma profunda acompañada de vientos que arrullaban a los árboles y a los habitantes de la villa, entre cada soplido se oían ligeras notas, tonos menores y mayores, sostenidos y bemoles todos acompañados de la dulzura del eco y el silencio del ambiente, podía distinguirse poco a poco que las notas provenían de unas campanillas, pero extrañamente el orden de los tonos no podían provenir del vertiginoso soplar del viento ya que producían una melodía digna de un lúcido concertista.
Era él, un hombre mayor, al cual la serenidad de la noche no lo perturba en lo mas mínimo para dignarse a conciliar el sueño. Ahí estaba él, bajo la luz de una chimenea sentado en una mecedora de finos acabados, con un pequeño perro de colores mezclados y con una caja de madera en las manos dándole cuerda a la misma, una y otra vez el hombre giraba la perilla para que las manivelas dieran de su función un concierto digno de las almas más puras.
La noche transcurría lenta y el hombre no se preocupaba del tiempo seguía meciéndose tranquilamente mientras la música fluía entre los aires serenos de su habitación, el jardín de afuera y el resto de la villa. Sonaba una y otra vez, el hombre contento miraba por la ventana, cubierta a medias por unas cortinas viejas que tapaban lo suficiente para dejar una rendija de buen tamaño, y contemplaba como por las hierbas y flores de su jardín un gato blanco de manchas negras se postraba cerca de la ventana como si quisiera escuchar la melodía más de cerca. El hombre al ver que el gato trepó hasta el borde inferior de su ventana decidió darle más cuerda a la caja girando suavemente tan singular maquinaria, se levantó lentamente y el perro alzó las orejas al compás de los movimientos de su amo, dejó la cajita de madera en la mecedora y se acercó vacilantemente hasta la ventana, abrió la mitad y cuidadosamente metió al gato en su hogar, el anciano lo acarició cariñosamente y le dijo:
- Hace mucho frío afuera pequeño, no me molestaría que pasaras la noche aquí, serás parte de mi público junto con mi fiel canino.
El gato temeroso del ambiente de la casa y del perro decidió irse a una de la esquinas de la habitación mientras la música sonaba, con el pausado transcurrir de la melodía el gato se percató de lo manso del perro y la gentileza de su amo y decidió acercarse lentamente hasta que por azares gatunos y perrunos acabó dormido en la misma alfombra donde se encontraba el perro y la mecedora con el viejo.
Cuando la mayoría de la vida reposó en la habitación, el anciano dejo de tocar la cajita, se levantó cautelosamente y caminando de manera pausada por la edad se acerco hasta un viejo espejo con molduras exuberantes, hizo una pausa mientras contemplaba su cara y su cuerpo cubierto por ropas abrigadoras y una gruesa manta, exhaló profundamente con un aire de tranquilidad y nostalgia y se dijo a si mismo:
- No cabe duda que cada vez que he de mirarme al espejo me sorprendo de mí mismo, y es que nada se compara con el contraste entre mi apariencia y mi corazón.
El anciano se retiró a su cama, se acostó delicadamente y dijo al aire:
- ¡Soy el filatelista gatito, buenas noches!
Y el silencio de la noche se hizo un eco unisonó en la inmensidad de tan peculiar pero agradable escena…
increible sigue asi tienes ese toke d suspenso de Poe y el ingenio romantico de Chateaubriand
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